martes, 25 de diciembre de 2012

Cualquier cosa

Tu sonrisa, para mí, es como el olor del café recién hecho: una señal inequívoca de que estoy en mi hogar; un buen agüero. El hogar es ese lugar donde uno está completamente seguro de que nada malo va a ocurrirle. Es una certeza animal. Una seguridad instintiva. No hay peligro en el hogar.

Por eso cuando algo, o alguien, altera tu sonrisa, la borra de tu cara, mi hogar deja de oler a café. Y entonces la paz cierta que gobierna mi vida se desvanece, naciendo en su lugar un irracional sentido de alarma que apareja un odio animal hacia su causa. La identifico como una amenaza, y como las fieras que visualizan al enemigo que acecha su hogar, me dispongo a hacer cualquier cosa por acabar con ella. Cualquier cosa.

sábado, 6 de octubre de 2012

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A ti,
a quien tanto quiero,
quien me dijo sí, y fue sí,
quien me rompió el mundo,
para construirme uno mejor,
a ti, te amo.

A ti,
quien confió, quien quiso,
quien resolvió,
quien puso,
quien se arrojó con valor,
quien me conquistó a puro
corazón,
a ti, te adoro.

A ti,
quien apostó, y ganó,
quien vio mis telarañas,
y las limpió,
quien atravesó músculo, carne, hueso,
entrañas, dudas, miedo, pasado,
con una sonrisa tan grande como el cielo,
a ti, te quiero.

Gracias

miércoles, 5 de septiembre de 2012

La promesa de seguir

Hola, morenita. Sí, sé que siempre empiezo igual, cuando quiero decirte algo importante. Y también sé que menuda forma de comenzar un texto serio, ya. Pero créeme cuando te digo que no sé ni cómo empezar. Hace mucho tiempo que no escribo, y he perdido las sensaciones. Esas burbujitas que me recorrían por todo el cuerpo, hirviéndome en la sangre, cada vez que me sentaba delante de un teclado, y una página en blanco se abría ante mí como el nuevo mundo a Colón. Así que vas a tener que perdonarme, preciosura, si parezco un maldito novato haciendo esto. Realmente es lo que soy.

Decido escribirte cuando lo que tengo que contarte no puedo decírtelo. Ya sabes cómo soy para estas cosas. Me trabo, carraspeo, no termino las frases, me pongo colorado y al final, no te enteras de nada, y todo resulta un tremendo fiasco. Mejor por aquí. Me siento más seguro cuando sólo tengo que escribir. Además, al fin y al cabo, sólo soy un hombre más, un patán con ínfulas que no encuentra muy bien el camino hacia la libertad de sus sentimientos. Me consuelo pensando en lo que dijo un filósofo griego, aquello de que el hombre que más siente es el que menos habla. O algo así.

El caso es que me desgarra el corazón verte sin alegría. Conozco los motivos, y sé muy bien el por qué de que ahora parezcas una flor a la que el sol le está robando la luz que necesita para respirar. Y también sé que yo poco puedo hacer. Y eso, exactamente eso, es lo que me desangra lentamente. Poco a poco, la impotencia que siento al ver rendirse al ser que más amo en este mundo me bloquea. Honestamente, me cuesta salir de la cama, por que sé que mi rayo de luz ya no tiene alegría. Mis torpes esfuerzos por devolvérsela no surten efecto, y es en este punto donde llego aquí: cuando todo le falla a este inexperto intento de samurai, recurro a lo único que sé hacer bien en esta vida, que es escribir.

La alegría, y esta es una de las cosas que tú me has enseñado en estos once meses, no reside en nada material. Ni siquiera reside en las aspiraciones que todos tenemos en esta vida. Llegar a esto. Hacer aquello. Ganar tanto. Trabajar aquí o allí. Ser útiles. No, nada de eso. He descubierto junto a ti que la alegría, que la felicidad más genuina, es la que se siente al conseguir, o al menos, al colaborar en que el orden universal, cósmico, natural, cree por unos segundos, por unas horas, días incluso, la situación perfecta para que todas las necesidades del ser amado estén cubiertas, y nada perturbe la sonrisa en su rostro. Eso es lo que he aprendido. Lo más importante que he aprendido. Que todas las dificultades, todas las frustraciones, sólo son piedras en un sendero tortuoso y complejo pero cuyo final, yo ya lo sé, no es ser más rico, ni más poderoso, ni más influyente, sino simplemente, construir una historia con la persona adecuada y transmitir al mundo un trozo del bienestar que junto a esa persona uno ha sido capaz de conquistarle a este puto mundo. No hay nada más importante que eso.

Y es lo que quiero que sepas.

Sé que probablemente esto no sirva para mitigar lo que sientes ahora, pero siento que es lo que tengo que hacer. Por que si no consigo arrancarle a tus ojos la promesa de seguir, de continuar cabalgando contra las olas, contra la tormenta y contra las piedras que nos tiran nuestros enemigos, mañana es posible que no me levante de la cama.

Tuyo siempre,

A.

lunes, 18 de junio de 2012

Un día, de a primeros de octubre

Hola, pequeña. Me llamo Sevilla. Sí, soy la vieja dama, y te escribo a ti, tróspida, para darte las gracias. Y tú me dirás, ¿por qué? Es muy fácil. Tan fácil que te asombrarías. Has conseguido que él se vuelva a enamorar de mí. Y oye, eso no es baladí, ni moco de pavo. Él era uno de mis más devotos amantes. Pero, ay, había perdido algo. No sé si ya no creía en mi magia, o tal vez le apabullaba mi primavera, el caso es que comenzó a desatenderme. Parecía como si ya no creyese en mí. Y eso, a una señorona encantada de haberse conocido como yo, y tan envanecida, como comprenderás, no le hacía nada de gracia. Pero, ¿quién podía imaginar que un ángel venido del norte iba a volver a enamorarlo de mí? No sé qué le habrás hecho, dicho o dado, pero algo puedo atisbar. Os he visto, morenita. Paseando por mis calles. Sentados, en mis plazas, tomando el fresco de algún atardecer. En mi río, milenario y dorado, amándoos como sólo pueden amarse dos seres que saben que son ellos, y que se han encontrado. He visto cómo lo miras. Cómo le hablas. Y le mimas. Y lo besas. Cada palabra que de tus labios, dulces como la miel, por cierto, ha salido hacia él, despertaba un revoltijo de sensaciones dentro de mí y, estoy seguro, dentro de él. Pues lo conozco bastante bien. Son casi cinco años. Es como un baile, donde las estrellas, la noche, la luz y el viento susurran palabras desconocidas y mágicas, en un idioma que sólo tú y él conocéis. A vuestro paso el mundo se detiene, y como por un ensalmo misterioso, la realidad deja de tener sentido ni importancia. Todo gira rápidamente alrededor vuestra. La gente con sus problemas. Los coches, hacia sus destinos. Cláxones, semáforos, la vecina llamando a su hijo por la ventana. Pero tú y él, él y tú, camináis ajenos a todo. Seguros de vosotros mismos y convencidos de que la sonrisa que portáis es el arma más poderosa contra cualquier circunstancia que el cosmos pueda poner en vuestro sendero. Cogidos de la mano. Como un suspiro prodigioso.

Yo, que me llamo Sevilla y he visto a Reyes pasear por mi alameda, y he visto a hombres y mujeres extraordinarios vivir, morir y cultivar la vida en cada rincón de mi piel desnuda y marcada con cicatrices de siglos en piedra vieja y sabia, digo, que lo vuestro, morenita de tierra inexpugnable, lo vuestro me ha hecho sonreír. Y mi sonrisa, como la tuya, que la he visto tantas veces que ya le tengo envidia, es el pesebre más perfecto que ningún amor pudiera haber deseado nunca para nacer un día, de a primeros de octubre.

sábado, 26 de mayo de 2012

Hermosa fiera

Aquella morena,
hermosa fiera,
detrás de esta reja dice,
que pronto, 
muy pronto,
ella dice,
que me espera

miércoles, 9 de mayo de 2012

Wish you were here

No puedes hablar,
y sin embargo,
no lo necesitas.
Con una sonrisa leve,
abres mi mundo.
No preciso de tu voz,
para sanarme.
Tan sólo un susurro
basta,
para volar.
En mil pedazos mis defensas,
el trozo más grande,
está en la luna,
como ella, así gigante,
es el latido de mi corazón
por tus entretelas.

jueves, 3 de mayo de 2012

Si

Si mis ojos pudieran hablar, las palabras no se perderían en el viento. Y las lágrimas serían olas que atravesarían los barrotes de esta cárcel invisible cuyo nombre es distancia.

Si mis ojos pudieran hablar, también dirían te quiero

viernes, 9 de marzo de 2012

Carta

No sé cómo empezar esta carta, si es que puedo decir que esto sea algo así.  Pero no te preocupes, no ocurre nada grave, ni malo. Sólo quiero decirte una cosa. Y no sé por dónde comenzar, no porque no tenga nada que decirte, más bien al contrario, sino por que tengo la sensación de que esta carta es la misma que ya te he escrito tantas y tantas veces. En realidad, no tengo nada nuevo que decirte. Nada que no te haya dicho ya. Si necesito expresarme por escrito es por dos razones: por que es mi elemento natural, y por que todo lo que hablo contigo, absolutamente todo lo que te comunico no sólo con mis palabras, queda mucho más claro, más nítido, más cristalino y más puro, puesto negro sobre blanco en un folio como éste.

Te quiero, pero eso ya lo sabes. Quizá no sepas que te quiero más de lo que tú crees. Lo que puede que tampoco sepas es la profundidad y determinación de mi compromiso contigo. Contigo y con esto que llevamos cinco meses creando juntos. Día a día, noche tras noche. No es fácil, bien lo sabemos. No lo hace más sencillo el hecho de que yo sea una mente absolutamente desequilibrada cuya incapacidad para mantener serenas todas mis conexiones neuronales me lleva a profesar cierta ciclotimia anímica que es del todo estúpida e innecesaria. Pero yo soy así. Seguramente no es esto lo que te esperabas cuando mirabas el perfil del Fantantonio allá por abril del año pasado, cuando no éramos más que followers desconocidos, y yo empezaba a camelarte con una parla del todo accesoria, como luego has podido comprobar. Sin embargo, desde el primer día en que te jugaste el tiempo, la seguridad y demostraste una valentía que yo no había visto en nadie hasta entonces jamás, tú me has dicho, una y otra vez, que me quieres como soy. Y yo te pido, amiga mía, niña de mis ojos perdidos, compañera infatigable, que me sigas queriendo siempre así. Y que no tengas demasiado en cuenta las veces en las que no estoy a la altura que una persona tan grande, tan gigantesca, tan noble y tan perfecta como tú exige. Aún soy un niño, a pesar de que vaya camino de los 24, y esta es la primera vez que vivo algo así. Nunca jamás había tenido que compartir mi tiempo con nadie, y todo lo que cada día aprendo y experimento contigo, es algo nuevo para mí. Por eso, lo único que te pido, si es que puedo pedirte algo después de todo lo que me has dado en tan sólo cinco meses, es paciencia. Que le des tiempo a este gigante con pies de barro que se muere por ti y que sólo quiere que sigas volando con él, y que lo sigas sosteniendo. Pues, aunque parezca mentira, siendo tú una pequeña xanina, eres capaz de sostener a ciento noventa y séis centímetros de torpeza enamorada.

Le has dado la vuelta a mi vida, como un calcetín, y yo ni siquiera me he dado cuenta hasta ahora. Me he percatado de que no necesito nada más en mi vida que no seas tú. Me sobra el sol, la primavera, la noche, la fiesta y el tiempo en que tu mirada no sostiene la mía. Me sobra el mundo pero me faltas tú. Has hecho de mí alguien preocupado por algo más que por lo que tiene delante de su nariz, y eso, aunque tú no lo creas, es algo muy importante. Contigo me estoy haciendo mejor persona, aunque haya días, como hoy, en que no te demuestre de forma suficientemente decidida lo que significas para mí. Eres mi luz. Una vez me dijiste que yo era música para ti. Que pensabas en mí, y eso era lo que se dibujaba en tu mente. No creas que lo he olvidado. De hecho, no he olvidado nada que tenga que ver contigo.

No he olvidado cuándo fue la primera vez que me dijiste te quiero, ni tu mirada al hacerlo. Por que esa fue la primera vez en mis 23 años que alguien se dirigió a mí y puso su vida en mis manos. Te he escrito cuatro párrafos para decirte algo para lo que ni siquiera todos los diccionarios del mundo, ni ninguna de las gramáticas que se han escrito desde que el hombre es hombre, es capaz de ayudarme a expresar. Te quiero, o te amo, son fórmulas demasiado simples. Demasiado pequeñas. Si te digo que quiero que seas la madre de mis hijos, y que quiero acabar contigo mirando cómo juegan nietos que tengan tus apellidos mientras el sol se va poniendo detrás de las olas, en alguna casa con porche que dé al mar, en realidad, sólo te estoy diciendo una parte mínima, pequeñísima, de todo lo que quiero vivir contigo, de aquí al día en que mi corazón diga basta.

Tuyo siempre.

A.

miércoles, 29 de febrero de 2012

Retales

No puedo verbalizar la sensación, profunda y desgarrada, de soledad, añoranza, nostalgia, necesidad y deseo, que me invade cuando entro en esta habitación donde hemos sido tan felices, y de ti sólo queda el perfume. Oh, creía no poder transformarla en palabras, y ya lo he hecho. Quizá sea por que me salen solas las letras de mi melancolía, por que sólo puedo darte, ahora que estás lejos, las palabras.


Sol. La luz reverbera en la superficie del río. ¿Lo recuerdas? Pues no lo olvides nunca, porque ese reflejo dorado lo convierto en caricia, y la caricia en beso. Y el beso, en esta frase. Para que sientas siempre, bajo tu piel, el calor de ese sol latiendo mezclado entre tu sangre.


Odio las vísperas de nuestras despedidas. Odio las tardes de los últimos días que estoy a tu lado. El extraño nudo que se forma en mi estómago va creciendo, transformándose en una inquietud abrasiva. No me gusta separarme de ti. No me gusta tener que hacerlo. No quiero hacerlo jamás. 


¿No te ha pasado nunca que, desvelándote un momento en mitad de la noche, el estado de somnolencia e irrealidad de tu mente medio dormida te engaña de tal forma que ves, crees, palpas realmente, al ser más preciado, como si estuviera ahí, junto a ti, en la cama, compartiendo el sueño contigo? Deja, no me eches cuenta, creo que estoy desvariando. Quizá sólo me haya pasado a mí. Quizá este loco. O quizá no.

Eco. El eco del eco. Jorge Drexler escribió una canción sobre eso. Drexler es extremadamente edulcorante, pero tiene su cosa. Su aquel. Desafiando las leyes del tiempo, y de la distancia, dice la canción. Y dice bien. Es el eco que se desprende de ti el que se queda aquí conmigo, y me consuela esperando tu vuelta. Yo me desprendí del mío y te lo di, envuelto en un papel, para que te lo llevaras y que nunca te faltara mi calor. Una pizca de él. 

Si quieres más, tendrás que volver

miércoles, 8 de febrero de 2012

Magia

-¡Ven!

Ella lo miraba incrédula, al punto desconfiada. No era, sin embargo, una desconfianza severa, sino traviesa. Sus ojos entornados, y su media sonrisa de niña la delataban.

-¿A dónde quieres llevarme?

-¡Al cielo!

Volvió a reír. ¿Al cielo? preguntó ella, mostrando al hablar, como al descuido, unos dientes blancos como la nieve que cae en los Alpes al morir los últimos coletazos del verano.

-Exactamente ahí es donde te llevaría si pudiera, pero no, de verdad, ven. Dame la mano

Hacía frío y llovía. Mucho. Una sábana de agua caía fuera de la habitación donde ellos se resguardaban del temporal de afuera. Parecía como si Dios hubiera ordenado a sus arcángeles abrir las compuertas de las nubes, e inundar de nuevo la tierra para castigarlos a todos por sus pecados. El frío era corrosivo.

-Te voy a llevar a un lugar donde no hace frío.

Ella se rió con ganas ahora, y su alegre carcajada invadió aquel espacio sombrío, iluminado a penas por una vela. Las sombras se proyectaban en la pared, dibujando un halo tenebroso en torno a ellos, y ambos se divertían jugando a recortar figuras, jugando con los claroscuros. Así capeaban la tormenta, que sólo existía fuera del cuarto, pues entre ellos dos sólo había relámpagos de lujuria contenidos, a duras penas, por el frío. El maldito frío ácido.

-No me lo creo.

El tono suave en que lo dijo le subió los colores. Él le tomó la mano, y la apretó contra la suya. Las manos de aquel pequeño duende eran cálidas como el hogar. Finas, vivas, por ellas corría la sangre de príncipes orientales, y el sentía ese flujo de amor y de vida, absorbiendo para sí el calor que desprendían. Tomándolo, bebiéndoselo a chorros.

-Cierra los ojos, hasta que yo te diga, le susurró al oído.

Ella lo hizo, esbozando una sonrisa tímida. Confiada. Serena. Tranquila como el océano un día de levante en calma.

-Ábrelos.

La brisa le acariciaba su tez nívea con su mano de sal, y el beso naranja del sol moribundo le hizo abrir los ojos, sorprendida. Ya no llovía. Tampoco hacía frío, ni estaban bajo techo. Miró a su alrededor, estupefacta. Paralizada por lo no esperado.

-¿Has visto?

Lo miró, y él pudo leer en sus ojos algo tan profundo y penetrante como la propia letra con que están escritos los sueños. Alzó el brazo y con los dedos le señaló lo que había a su alrededor.

Hasta donde abarcaban sus ojos, todo era mar. Océano tranquilo limitado, allá a lo lejos, por un brazo de tierra moteado de verde que se extendía hasta desaparecer en el horizonte difuminado del atardecer gaditano. La desembocadura del río Betis se abría ante su mirada. Estaban en la azotea del hogar que tantas veces habían imaginado. Ahora era real. Ya no sentían el frío, pues había desaparecido. Bajo el frescor de una parra granada de frutos, podían oler a uva madura a punto de romperse y ofrecerles su jugo, su vida, su esencia. A su derecha, un diminuto castillo se erigía como guardián de aquella casa que pertenecía a otro mundo. A su mundo.

-Es,...es...¡tu casa!

Él la miró como si fuese la primera vez. Morena, tan bonita como una perla del Índico, ella le agarró por la cintura, y se estrechó con él. Ahora podía sentirla, tan cerca que sus respiraciones se confundían en una sola.

-Te equivocas. Es nuestra. Nuestra casa.

La noche comenzaba a despuntar por el Faro, y la oscuridad del estío llenaba, como vasos sanguíneos que vuelven a recibir su caudal de vida, la bóveda que ya comenzaba a no ser celeste, sino azul intenso. Tan intenso como el azul del mar con el que se fundía. Debajo de ellos, desplegándose bullicioso e iluminado por puntos de luces cada vez más numerosos, un pueblo insignificante se abría ante ellos. Eran los dueños de todo aquello. Regían el destino del Universo desde lo alto de aquella azotea, como en el sueño de una noche de verano.

Agarró delicadamente su cara de princesa, y mientras ella, arrobada, lo miraba con deleite, él pronunció unas palabras que, a día de hoy, aún no está seguro de si salieron de su boca, o de lo más profundo de su enamorada alma:

-Esto también te lo he puesto a tus pies.


Después la besó.

lunes, 30 de enero de 2012

El sueño

Era alto y delgado, como él. Erguido delante suya parecía un gigante. El sol, en su cénit, proyectaba su sombra más allá de donde le alcanzaba la vista, en la arena, que era fina, de seda dorada, como cabellos de ángel. Tenía ese aire desgarbado y despreocupado de quien otea el mundo desde las alturas, y la mirada serena de quien para esta vida es sólo un trámite. Jamás lo había conocido, pero sabía cómo era. Siempre lo había imaginado, y al fin, en ese lugar cuya ubicación no conseguía determinar, entre el cielo y el infinito, había descubierto que su aspecto era tal y como lo había dibujado en su cabeza desde pequeño. Fuerte, tranquilo, grande.

-Es ella.

Lo dijo como si aspirase sus propias palabras, pero sonó tan firme, sostenidas las sílabas con su mirada de hombre calmado fija en mi rostro, que tan pequeña frase fue una descarga eléctrica directamente proyectada hacia mi corazón. Fueron certezas, no palabras.

-Es ella y lo sabes. Yo también lo sé, por que ya hace mucho tiempo que leí tu libro.

Mi libro. Parecía natural que aquel hombre cuya existencia había caducado hacía tanto tiempo, y al que yo ni siquiera había visto nunca con mis propios ojos, hablara así de unas páginas en donde supuestamente estaba escrita mi vida de antemano. Era un delirio, yo mismo lo sabía, pero el caso es que él estaba delante mío, en aquella playa infinita, subido a una piedra ostionera, mientras la brisa que las olas traían a tierra le batían sus cabellos ralos, ya grises, y el sol curtía su vieja y arrugada faz de hombre antiguo. Tan antiguo que estaba muerto, pensé. Tan antiguo como la espuma de esta mar inmortal.

-La amo.

Sólo pude balbucirlo, y me sentí como un idiota al no acertar a articular palabra de forma más diáfana. Pero la impresión me paralizaba, y una terrible fuerza desconocida me sujetaba a la arena de aquella playa etérea, atado férreamente como raíz de un árbol al pedazo de tierra que lo cobija. Él me miró como si llevara viéndome toda la vida. Como si mi nerviosismo no le sorprendiera, como si todas las etapas de mi crecimiento no fueran ajenas para él. Al ver en sus ojos una chispa de afecto sanguíneo, de orgullo llameante, comprendí que aquel hombre había estado junto a mí desde que empecé a levantar un palmo del suelo. Detrás de mis fracasos, encima de mis triunfos, contemplando desde las alturas de lo insondable, cada huella que mi vida había ido dejando en el tablero misterioso del Universo. Y supe que justo ahora que ella había aparecido en mi camino, él había decidido avisarme de que aquellos ojos de color café, aquel pelo de diosa y aquella sonrisa de ángel eran mi única salvación. Mi ángel de la guarda.

-Lo sé. Te he traído aquí para que no olvides una cosa. ¿Sabes? Yo viví antes que tú. Y leí, todos los libros que tú has leído ya, y muchos más que aún ni siquiera conoces. Pasé mucho tiempo debajo de una higuera, o a la sombra de un pino, escuchando el murmullo del mar mientras pasaba hojas y vivía vidas, historias, que no eran mías, pero que terminaron siéndolo. También pasé mucho tiempo escondido en el fondo de un pozo, tiritando de frío. Y de miedo. Tuve mucho miedo. ¿Y sabes en qué pensaba mientras escudriñaba agazapado, con el barro por las rodillas, los sonidos de la noche, esperando de un momento a otro escuchar cómo llegaban mis verdugos?

Había hablado toda aquella retahíla como si suspirase. Yo no podía hablar. Aún así, mi boca se abrió sola, y desde el fondo de mi alma salió una voz que yo mismo desconocía, pues no la había oído antes. Y pronuncié una respuesta que yo mismo creía, torpemente, no saber, pero que poseía por pura memoria genética pues, no en vano, ella siempre estuvo, incluso antes de yo nacer, metida en mi sangre, corriendo por mis venas.

-En ella.


Asintió despacio a mi contestación, pues la esperaba. Se quitó la boina, y mientras se mesaba los cabellos, echó un último y largo vistazo al mar. La espesura azul, se levantaba imponente y se desparramaba en lontananza, hasta más allá del alcance de mi mirada. De un azul intenso, oscuro y tenebroso, la mar océana contrastaba con el fulgurante azul luminoso, celeste meridional, de un cielo que parecía romperse de tan radiante que lucía en aquel día irreal. En aquel sueño delirante. Luego me miró otra vez, esbozando una media sonrisa que sólo permitía el despunte de dos incisivos superiores más blancos que la propia nieve, antes de decirme, con voz clara y transparente como el fondo del mar en un día de levante:

-Al final de cada día, lo único que importa, lo único que es importante conservar, proteger, cuidar, es ella. Ella es tu tierra prometida, querido bisnieto israelita

lunes, 16 de enero de 2012

Palabras

Yo sólo tengo mis letras, qué quieres que te diga. Así, para empezar, no parece gran cosa. De hecho no lo es. No lo son. Pero es lo único que puedo darte en este momento. Con las palabras se pueden hacer muchas cosas, aunque no lo creas. Pueden hacerte volar, fíjate si es algo serio esto de las letras. Gustoso cambiaría mi forma de ser, este texto, y todos los textos que me quedan por escribir, por acariciarte en este preciso instante, pero eso no es posible. Ante tal desagradable pero irrebatible certeza, no puedo aferrarme sino a mí mismo para no caer. Ni en la desesperación, ni en la abulia. Eres demasiado importante para que eso pase. Y aquí me tienes. Escribiéndote. Otra vez. Es lo único que sé hacer. Es lo único que puedo hacer.

Te quiero.

Dicho así no suena de ninguna manera, es cierto. Te lo he dicho tantas veces que pienso que algún día se gastarán esas dos palabras, y la RAE tendrá que cambiarlas por otras. Y nosotros tendremos la culpa, obviamente. Asumo con gusto dicha carga. ¿Tú no? No lo sabes pero me estoy abriendo en canal mientras escribo todos estos parlamentos sin sentido. Estoy dejando lo mejor de mí aquí dentro. Quiero hacerlo, nadie me obliga. Siento que este es el momento en el que más cerca de ti me encuentro. No puedo verte. Tampoco puedo sentir el tacto tibio de tu cuerpo sobre el mío, susurrándome vida. Sólo así puedo transformar mi amor por ti en algo tangible, que no sea etéreo ni virtual. Ni lejano. A la vez que estas letras van saliendo de mis dedos, del teclado de esta vieja cacharra inútil sin la cual, agradable paradoja, no podría vivir pues de ella depende en gran medida mi contacto contigo y por ende, mi felicidad, tú las puedes ir leyendo. ¿No es maravilloso? Parece cosa de magia, brujería. Tú me has hechizado, hasta el punto de creer que una palabra puede salir disparada desde esta pantalla, atravesar tres dimensiones y llegar hasta tus labios. Y rozarlos. Pero puede. No estoy loco. Ahora mismo te estoy besando.

Te amo.

No podemos controlar las fuerzas que, más poderosas que nosotros, se alzan entre nuestros ojos. El dinero, ¿qué es el dinero? Desprecio el dinero y todas sus formas, mas, él es quien dictamina cuándo y cómo tengo que verte. No es justo, pero no busques justicia en este orden caótico del Universo. Nada es justo. Pues si hubiera algo digno de llamarse como tal, yo no tendría que insuflarles a estas palabras el aliento de mi deseo, ni tú habrías de esperar a que los dioses que habitan ese cielo sin Dios decidieran llevarte mi mensaje a través del tiempo y la distancia. Por eso no hay justicia. Por eso cada palabra, cada letra y cada párrafo que te escribo, va untado en mis lágrimas. Esto que estás leyendo es real y yo estoy aquí contigo, aunque no me veas. En el engarce de cada frase, en lo que conecta cada oración, estoy yo, y está el aguasal que se derrama de mis ojos impregnando la pantalla. Pues ni papel tenemos ya, desgraciados de nosotros. Ni papel en el que dejar mi huella en forma de perfume.

Pero sé que ahora estás mirando este pobre intento de presentarme en tu presencia en forma de letras. Y veo tu sonrisa.


Yo no soy más que palabras, y éstas son mi único patrimonio. Puedo jurarte ante mi sangre, aquí y ahora, que estas letras llegan del mismo cielo negro y nublado hasta mis dedos fríos, congelados, para inyectarles vida. Como si mi cabeza fuera una nube cargada de amor hacia ti, princesa de mi vida, esa nube descarga poderosos rayos hasta mis manos, calentándolas con su energía, y las palabras brotan como electricidad, desparramándose por este folio en blanco. No tengas miedo, por que estoy contigo. Mira a tu alrededor. ¿No me sientes? ¿no me hueles? Estoy ahí. Sólo tengo palabras, pero ni siquiera ellas pueden hoy figurarte lo que siento cada vez que esbozas tu sonrisa de ángel victorioso.

domingo, 8 de enero de 2012

Voy

Voy a ser tu aliento
Voy a ser tu voz
Voy a ser tu silencio
Voy a ser tus ganas
Voy a ser tu alegría
Voy a ser tu voluntad
Voy a ser tu espíritu
Voy a ser tu mirada
Voy a ser tu futuro
Voy a ser tu día
Voy a ser tu camino
Voy a ser tu hogar
y lo que estamos construyendo
Voy a ser tu alimento
Voy a ser tu esfuerzo
Voy a ser una nube cargada de agua
Voy a ser tu luz
Voy a ser tu música
Voy a ser tu patria
Voy a ser tu paz
y tu guerra
Voy a ser tu bandera
Voy a ser tu seña de identidad
Voy a ser tu sonrisa
Voy a ser tus lágrimas
Voy a ser la huella de sal que dejan en tus mejillas
Voy a ser tu guardián
Voy a ser tu fiesta
Voy a ser tu sangre palpitando
Voy a ser el sol de la media tarde dorando tu pelo
Voy a ser tus peca moteando tu rostro
Voy a ser tu refugio
y ya soy tu roca.
Por que ya eres todo eso para mí,
                                                   y por que eres el pincel con el que dibujo mi alegría

martes, 3 de enero de 2012

Clásicos

Hay ocasiones en las que, en lugar de intentar escribir algo, es más fácil recurrir a los clásicos. De ellos emana toda sabiduría, y en ellos está, concentrado cual perfume de incalculable valor, todo el conocimiento, toda la pasión, todo lo que una palabra puede albergar dentro de sí. Es maravilloso. La unión de unas letras, en apariencia tan frágiles, tan insignificantes, meros vocablos, fonemas pronunciados al descuido, construye a menudo formas que atraviesan el aire y las almas. Sólo son caracteres. Restos sedimentados de recuerdos, historia y milenios de evolución. Pero cuando se juntan, crean magia. ¿Cómo puede ser que un sentimiento humano, que nace del corazón, que late en la sangre, se transforme en vida al ser descrito con simples palabras? Al principio no fue el verbo: fueron cuatro ventrículos propulsados por una fuerza desconocida, impulsando sentimientos demasiado grandes para un sencillo cuerpo humano. Cuando pretendo escribirte algo que trasciende mi capacidad para expresarlo, echo la mirada hacia los que vinieron antes que yo, mejores que yo, y sólo tengo que recurrir a sus palabras para encontrar la esencia de lo que siento plasmada en versos que no están escritos en ningún papel, sino en el libro eterno del universo. Pues cuando nada exista y ninguno de nosotros esté aquí, lo que sentimos, lo que te amo, seguirá vivo en alguna parte, de eso estoy convencido. Y las palabras que lo reflejan, como el hálito de un ángel moribundo, se derramarán como gotas de sangre viva por todo el camino de las estrellas. Juntas, formando algo tan hermoso como, enlazándose, letra a letra, sílaba a sílaba, haciendo de cada una de ellas una corriente eléctrica que permanecerá encendida. Emitiendo un te quiero inmortal, pues


Cerrar podrá mis ojos la postrera
Sombra que me llevare el blanco día,
Y podrá desatar esta alma mía
Hora, a su afán ansioso lisonjera;

Mas no de esotra parte en la ribera
Dejará la memoria, en donde ardía:
Nadar sabe mi llama el agua fría,
Y perder el respeto a ley severa.

Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido,
Venas, que humor a tanto fuego han dado,
Médulas, que han gloriosamente ardido,

Su cuerpo dejará, no su cuidado;
Serán ceniza, mas tendrá sentido;
Polvo serán, mas polvo enamorado.