miércoles, 5 de septiembre de 2012

La promesa de seguir

Hola, morenita. Sí, sé que siempre empiezo igual, cuando quiero decirte algo importante. Y también sé que menuda forma de comenzar un texto serio, ya. Pero créeme cuando te digo que no sé ni cómo empezar. Hace mucho tiempo que no escribo, y he perdido las sensaciones. Esas burbujitas que me recorrían por todo el cuerpo, hirviéndome en la sangre, cada vez que me sentaba delante de un teclado, y una página en blanco se abría ante mí como el nuevo mundo a Colón. Así que vas a tener que perdonarme, preciosura, si parezco un maldito novato haciendo esto. Realmente es lo que soy.

Decido escribirte cuando lo que tengo que contarte no puedo decírtelo. Ya sabes cómo soy para estas cosas. Me trabo, carraspeo, no termino las frases, me pongo colorado y al final, no te enteras de nada, y todo resulta un tremendo fiasco. Mejor por aquí. Me siento más seguro cuando sólo tengo que escribir. Además, al fin y al cabo, sólo soy un hombre más, un patán con ínfulas que no encuentra muy bien el camino hacia la libertad de sus sentimientos. Me consuelo pensando en lo que dijo un filósofo griego, aquello de que el hombre que más siente es el que menos habla. O algo así.

El caso es que me desgarra el corazón verte sin alegría. Conozco los motivos, y sé muy bien el por qué de que ahora parezcas una flor a la que el sol le está robando la luz que necesita para respirar. Y también sé que yo poco puedo hacer. Y eso, exactamente eso, es lo que me desangra lentamente. Poco a poco, la impotencia que siento al ver rendirse al ser que más amo en este mundo me bloquea. Honestamente, me cuesta salir de la cama, por que sé que mi rayo de luz ya no tiene alegría. Mis torpes esfuerzos por devolvérsela no surten efecto, y es en este punto donde llego aquí: cuando todo le falla a este inexperto intento de samurai, recurro a lo único que sé hacer bien en esta vida, que es escribir.

La alegría, y esta es una de las cosas que tú me has enseñado en estos once meses, no reside en nada material. Ni siquiera reside en las aspiraciones que todos tenemos en esta vida. Llegar a esto. Hacer aquello. Ganar tanto. Trabajar aquí o allí. Ser útiles. No, nada de eso. He descubierto junto a ti que la alegría, que la felicidad más genuina, es la que se siente al conseguir, o al menos, al colaborar en que el orden universal, cósmico, natural, cree por unos segundos, por unas horas, días incluso, la situación perfecta para que todas las necesidades del ser amado estén cubiertas, y nada perturbe la sonrisa en su rostro. Eso es lo que he aprendido. Lo más importante que he aprendido. Que todas las dificultades, todas las frustraciones, sólo son piedras en un sendero tortuoso y complejo pero cuyo final, yo ya lo sé, no es ser más rico, ni más poderoso, ni más influyente, sino simplemente, construir una historia con la persona adecuada y transmitir al mundo un trozo del bienestar que junto a esa persona uno ha sido capaz de conquistarle a este puto mundo. No hay nada más importante que eso.

Y es lo que quiero que sepas.

Sé que probablemente esto no sirva para mitigar lo que sientes ahora, pero siento que es lo que tengo que hacer. Por que si no consigo arrancarle a tus ojos la promesa de seguir, de continuar cabalgando contra las olas, contra la tormenta y contra las piedras que nos tiran nuestros enemigos, mañana es posible que no me levante de la cama.

Tuyo siempre,

A.