martes, 3 de enero de 2012

Clásicos

Hay ocasiones en las que, en lugar de intentar escribir algo, es más fácil recurrir a los clásicos. De ellos emana toda sabiduría, y en ellos está, concentrado cual perfume de incalculable valor, todo el conocimiento, toda la pasión, todo lo que una palabra puede albergar dentro de sí. Es maravilloso. La unión de unas letras, en apariencia tan frágiles, tan insignificantes, meros vocablos, fonemas pronunciados al descuido, construye a menudo formas que atraviesan el aire y las almas. Sólo son caracteres. Restos sedimentados de recuerdos, historia y milenios de evolución. Pero cuando se juntan, crean magia. ¿Cómo puede ser que un sentimiento humano, que nace del corazón, que late en la sangre, se transforme en vida al ser descrito con simples palabras? Al principio no fue el verbo: fueron cuatro ventrículos propulsados por una fuerza desconocida, impulsando sentimientos demasiado grandes para un sencillo cuerpo humano. Cuando pretendo escribirte algo que trasciende mi capacidad para expresarlo, echo la mirada hacia los que vinieron antes que yo, mejores que yo, y sólo tengo que recurrir a sus palabras para encontrar la esencia de lo que siento plasmada en versos que no están escritos en ningún papel, sino en el libro eterno del universo. Pues cuando nada exista y ninguno de nosotros esté aquí, lo que sentimos, lo que te amo, seguirá vivo en alguna parte, de eso estoy convencido. Y las palabras que lo reflejan, como el hálito de un ángel moribundo, se derramarán como gotas de sangre viva por todo el camino de las estrellas. Juntas, formando algo tan hermoso como, enlazándose, letra a letra, sílaba a sílaba, haciendo de cada una de ellas una corriente eléctrica que permanecerá encendida. Emitiendo un te quiero inmortal, pues


Cerrar podrá mis ojos la postrera
Sombra que me llevare el blanco día,
Y podrá desatar esta alma mía
Hora, a su afán ansioso lisonjera;

Mas no de esotra parte en la ribera
Dejará la memoria, en donde ardía:
Nadar sabe mi llama el agua fría,
Y perder el respeto a ley severa.

Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido,
Venas, que humor a tanto fuego han dado,
Médulas, que han gloriosamente ardido,

Su cuerpo dejará, no su cuidado;
Serán ceniza, mas tendrá sentido;
Polvo serán, mas polvo enamorado.

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