lunes, 18 de junio de 2012

Un día, de a primeros de octubre

Hola, pequeña. Me llamo Sevilla. Sí, soy la vieja dama, y te escribo a ti, tróspida, para darte las gracias. Y tú me dirás, ¿por qué? Es muy fácil. Tan fácil que te asombrarías. Has conseguido que él se vuelva a enamorar de mí. Y oye, eso no es baladí, ni moco de pavo. Él era uno de mis más devotos amantes. Pero, ay, había perdido algo. No sé si ya no creía en mi magia, o tal vez le apabullaba mi primavera, el caso es que comenzó a desatenderme. Parecía como si ya no creyese en mí. Y eso, a una señorona encantada de haberse conocido como yo, y tan envanecida, como comprenderás, no le hacía nada de gracia. Pero, ¿quién podía imaginar que un ángel venido del norte iba a volver a enamorarlo de mí? No sé qué le habrás hecho, dicho o dado, pero algo puedo atisbar. Os he visto, morenita. Paseando por mis calles. Sentados, en mis plazas, tomando el fresco de algún atardecer. En mi río, milenario y dorado, amándoos como sólo pueden amarse dos seres que saben que son ellos, y que se han encontrado. He visto cómo lo miras. Cómo le hablas. Y le mimas. Y lo besas. Cada palabra que de tus labios, dulces como la miel, por cierto, ha salido hacia él, despertaba un revoltijo de sensaciones dentro de mí y, estoy seguro, dentro de él. Pues lo conozco bastante bien. Son casi cinco años. Es como un baile, donde las estrellas, la noche, la luz y el viento susurran palabras desconocidas y mágicas, en un idioma que sólo tú y él conocéis. A vuestro paso el mundo se detiene, y como por un ensalmo misterioso, la realidad deja de tener sentido ni importancia. Todo gira rápidamente alrededor vuestra. La gente con sus problemas. Los coches, hacia sus destinos. Cláxones, semáforos, la vecina llamando a su hijo por la ventana. Pero tú y él, él y tú, camináis ajenos a todo. Seguros de vosotros mismos y convencidos de que la sonrisa que portáis es el arma más poderosa contra cualquier circunstancia que el cosmos pueda poner en vuestro sendero. Cogidos de la mano. Como un suspiro prodigioso.

Yo, que me llamo Sevilla y he visto a Reyes pasear por mi alameda, y he visto a hombres y mujeres extraordinarios vivir, morir y cultivar la vida en cada rincón de mi piel desnuda y marcada con cicatrices de siglos en piedra vieja y sabia, digo, que lo vuestro, morenita de tierra inexpugnable, lo vuestro me ha hecho sonreír. Y mi sonrisa, como la tuya, que la he visto tantas veces que ya le tengo envidia, es el pesebre más perfecto que ningún amor pudiera haber deseado nunca para nacer un día, de a primeros de octubre.

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